Aunque al pensar en vinos lo primero que se nos cruce por la mente sea Mendoza o San Juan, la provincia de Catamarca brinda un recorrido enoturístico que se combina con la Ruta del Adobe, de fuertes huellas precolombinas. Su gran tradición religiosa cristiana se mezcla con rituales ancestrales a la madre tierra; uno de los hábitos que atraen más turistas al año.
Es una de las nuevas zonas que arman el mapa vitivinícola en Argentina. Los suelos son arenosos, con arcilla, muy pedregosos, el clima continental es templado, con temperaturas de grandes cambios entre el día y la noche y la altura promedia los 1500 metros. En un increíble contraste de montañas, medanos y tranquilos valles, allí también alojan los Seismiles (las cumbres más altas de América).
Esas son condiciones optimas para la elaboración de vinos finos y de gran calidad. Las variedades que mejor se adaptaron son Syrah y Cabernet Sauvignon.
Hasta hace muy poco tiempo en Catamarca solo se producían uvas de mesa y pasas de uva, actualmente ya se estan aprovechando las condiciones de la región para la elaboración de vinos finos.
En Catamarca la visita a los viñedos se completa con la hermosura de un paisaje de pueblos con casas e iglesias realizadas en adobe. A través de 50 km, puede recorrerse la Ruta del Adobe (entre Tinogasta y Fiambalá), un circuito que es Patrimonio Cultural de la provincia, donde se rescatan reliquias construidas en barro y paja de los siglos XVII y XVIII (como las iglesias de San Pedro y la de Anillaco).
Para los aventureros, en el pueblo de Saujil, los medanos invitan a la práctica del sandboard y si queremos relajarnos tenemos las aguas de las Termas de Fiambalá.
Cualquiera de estas travesías podemos complementarlas con la deliciosa cocina catamarqueña, donde como en todo el norte argentino, reina el maíz condimentado con pimientos y acompañado de papas andinas.
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