Cortó la rutina para dar una vuelta al mundo

Gonzalo Cazenave es un aventurero argentino de 32 años que acaba de llegar de una incríble travesía en la que visitó 250 ciudades de 50 países en casi 5 años.

Obviamente que para realizar una aventura de este tipo sin rumbo fijo se necesita mucha desición y valentía.

Al culminar el secundrio entró a estudiar sistemas y luego de trabajar en varias empresas decidió darle un cambio a su vida y pensó en realizr un viaje: “A medida que en mi vida ganaban terreno la rutina y el aburrimiento percibí que necesitaba un cambio. Fui haciendo viajes de corta duración por Argentina. Hasta que renuncié a mi trabajo y me fuí de viaje por Sudamérica por ocho meses”, contó.

En Dinamarca consiguió una visa de trabajo y se fue a Europa: “Las cosas no iban bien al principio y tenía que optar en volver a casa o me irme a Asia. Al final llegué a Suecia y luego a Finlandia hasta que entré a trabajar en Estonia. Trabajé tres meses y obtuve el  dinero necesario para llegar a Tailandia luego de  diez meses y a dedo, cruzando Rumania, Ucrania, Rusia, Mongolia y China entre otros países”.

En China

El apoyo de su familia fue fundamental aunque fue bastante duro el comienzo: “Mi mamá sólo sabía de mí por las cosas que publicaba en Facebook». “Salí de casa con una mochila llena de ropa, mayormente de verano. Lo fundamental para llevar es el pasaporte y algo con que tomar fotografías. En principio portaba una cámara y en Nueva Zelanda me compré una tablet con la que fotografié todo el viaje de regreso”.

Gonzalo solía trabajar un tiempo en alguna ciudad para juntar dinero y después recorrer otros sitios. Varias veces se encontró con tareas que desconocía pero las aprendía rápido: “Estuve medio año en una isla de Nueva Zelanda ordeñando vacas. En Cartagena, Colombia, vendía agua y cerveza en la playa, logrando la aceptación de los vendedores locales”.

Las anécdotas en tanto tiempo se siguieron sucediendo: “Algo bizarro fue cruzar 3.000 kilómetros del desierto en Australia con una pareja que iba con drogas en el auto. Observé que tenían un maletín con mucho dinero, pero al estar en medio de la nada no podía decirles que me bajen en ese lugar. «Un momento bueno fue en China. La gente me veía caminando con mi mochila y me hacían señas con la mano para preguntarme si quería comer y me invitaban a sus casas, algo increíble”.

 

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